Expedición a la isla del Horizonte Perdido

 Expedición a la isla del Horizonte Perdido 

Por: Mathew Bravo 

La misteriosa carta 

Nunca imaginé que una simple carta cambiaría el curso de mi vida. La carta, firmada por un tal Profesor A. Delacroix, hablaba de una isla oculta en las coordenadas 17°S, 152°W, en algún punto del vasto océano Pacífico. Decía que allí se encontraba un fenómeno natural jamás documentado: un remolino de fuego en medio del agua. Mi curiosidad fue más fuerte que mi escepticismo. Reuní a un equipo de valientes exploradores y, con la ayuda del capitán Moreau, nos embarcamos en la Aurora Borealis, un barco con tecnología de última generación. 

Aventuras en lo desconocido 

Después de semanas de navegación, enfrentando tormentas que parecían querer tragarnos, divisamos la isla. Se alzaba como un titán dormido, envuelta en una niebla rojiza. Desembarcamos con precaución y pronto descubrimos que aquel lugar desafiaba toda lógica: árboles de cristal, ríos de mercurio y aves que parecían emitir destellos eléctricos. Fue entonces cuando conocimos a los Almari, los enigmáticos habitantes de la isla. Eran altos, con piel roja como la lava incandescente, ojos dorados y una presencia imponente. Sus vestimentas estaban hechas de fuego líquido, túnicas naranjas y doradas con patrones que recordaban al sol. Nos recibieron con cautela, pero al demostrarles nuestras intenciones pacíficas, nos guiaron hasta el corazón de la isla: un enorme cráter del cual brotaba un remolino ardiente que giraba sin consumir nada a su alrededor. El profesor Delacroix no estaba equivocado. La isla se encontraba sobre una falla geométrica única y el remolino era una combinación controlada. Decidimos documentar cada detalle, pero la isla nos tenía preparadas más sorpresas. Una noche, la Aurora Borealis desapareció de la bahía. En su lugar, solo quedaban marcas en la arena... huellas inmensas de un ser que no pertenecía a nuestro mundo. 

El enigma sin resolver 

Sin barco, sin posibilidad de comunicación y con el temor de ser devorados por lo que fuera que rondara la isla, los Almari nos ofrecieron su ayuda. Construyeron una embarcación rústica con materiales de la isla y, tras una odisea de 5 días en mar abierto, fuimos rescatados por un carguero japonés. Volví a la civilización con mi cuaderno de notas lleno de esquemas, teorías y preguntas sin respuesta. Nadie creyó mi historia. Dijeron que el cansancio y la desesperación me hicieron alucinar. Pero yo sé la verdad... y sé que la isla sigue allí, esperando al próximo explorador osado que se atreva a desafiar lo imposible. 

¿Volvería? 

Tal vez. Porque aunque los misterios del mundo sean infinitos, hay algunos que simplemente no deben ser resueltos.




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